No recuerdo la última vez que el piso me recibió de está manera, mi coraje y mis defensas están hinchadas junto a mí. Huele a madera. Como tu piel, cierro los ojos y me encojo tirado.
Odio las cosas que no podemos elegir. Podría mi furia pasar tus distancias y ahogarse en tu lago, y comer la cabeza de tus ángeles mentirosos. Podría yo mismo echar tierra a mis pupilas para no verme descocido a ti. No recuerdo cuando fue la última vez que te besé.
Soy de entusiasmo roto y atravesado por metales, soy un colador hecho de agujeros de los choques, porque soy mi destrucción y mi salvación.
Podría confesar el secreto sobre el daño que te hice, decirte que él no existe. Pero ciertas confesiones amenazan con que mi orgullo fracture mis rodillas. Mi mentira se hizo tu verdad, y podría decirte que estoy contigo pero no cambiaría nada. Tú no cambiarás, la fiebre dañada de mi pasión haría llamas tu bosque perdido, para matarte dentro, para quemar tu maldita cobardía, hasta que escapes y decidas crecer. ¿Si te di mi piel para esconderte ahí cómo es qué no me sirve a mí para nada? Cariño me hice inservible de tanto servir. Ahora noto lo diferente que somos y por astucia no diré más. Mi mentira se hizo tu verdad y están cerrando las cortinas para limpiar los restos de lo que quedó, la broza de una función negra y repetida, los trozos pisados de ilusiones, las cosas que no vivimos vida mía y las noches malditas también. El sentido de supervivencia me hace perderme, alejarme para no enamorarme de ti otra vez, para dejar de quemarme con la misma llama. Nunca el piso me había recibido así, pero él está acostumbrado a mí como yo a él, soy de los seres de aguante, un desastre de emociones hinchadas, y si alguna vez se hace tarde y no nos cruzamos, está bien sólo me quedará recordarte, pensar que fue lo mejor... engañarme.
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