domingo, enero 02, 2011

El lenguaje de las miradas


Ella pudo ver la mirada de él saliendo del cubículo de enfrente, el par de pupilas asomadas por las gafas gruesas y la mirada de cachorro brillante y de convencimiento sincero. Ella quitó la mirada y luego la devolvió buscando confirmación. Él confirmó. Luego ella se deslizó por la silla hasta ocultarse en las paredes azules de su cubículo. El trabajo había adquirido cierta adrenalina, cada que ella buscaba una excusa para ponerse de pie y ver al desconocido vecino del otro lado del cubículo; luego él devolvía el juego creando complicidad. Entonces mientras ella bajaba, él subía, y las miradas estuvieron flasheando entre ellas, como un código secreto, como una especie de clave morse entre parpadeo y desvíos direccionales de ojos. Los días de trabajo tuvieron ratos recreativos, mientras ella y él mantenían el juego sin poder saber siquiera cuál era el nombre, o cómo era la voz del otro. El tercer día luego de salir del trabajo ella quiso hacer tiempo para esperar en la esquina cercana a la salida de la agencia. Y de este modo estar un punto suficientemente visible para que él la viese y tal vez; sólo tal vez, se acercase y dijera algo como: "Hola". Y ella respondiese: Hola. Y luego irían a tomar algo, y luego saldrían más y él pasaría los viernes en la noche en su casa, y verían películas mientras comían en la cama, y él se acercaría en algunas ocasiones a besarla detrás de las orejas mientras le amarraba la cintura con los brazos y le diría: me gusta tu perfume. Pero entonces al salir él la vio, y ella lo vio, pero él se cruzó de acera y ella cambió la mirada y nunca nadie dijo "hola". Y no hubo viernes por la noche, ni abrazos amarrados ni frases al oído, ni noche de perfume.
Tendrían que pasar exactamente 16 horas y algunos minutos no específicos para jugar otra vez. Ella exclamó alguna grosería en un tono de voz prudente. Porque a nadie le gusta esperar por muy adulto o muy niño que sea.

Pero la artillería vendría pesada el día siguiente. Mientras él intercalaba miradas, ella evitaba responderle. Recordó el momento de no-correspondencia del día anterior y entonces se declaró en huelga. Pero al cabo de horas aún tratando de ignorarle, la mirada que salía de las gafas, es decir; ese brillo con cierta sinceridad que le recordaba a los amores del colegio; la hizo voltear y entonces, las miradas se engancharon. Pero ella decidió que si le miraba al menos debía seguir con su causa de protesta, de modo que en vez de ignorarle; ella decidió fijarle los ojos. Él sonrió y ella hizo un gesto de aprobación con la boca. Cuando llegó el final de la tarde ella estaba en la misma esquina visible, a las afueras de la agencia. El plan era el siguiente: esperaría a que pasaran dos autobuses, si él no llegaba el universo le estaba diciendo que debía irse y renunciar al asunto. Si él aparecía el universo tenía planes para ellos dos. Porque era de las personas que pensaba que el universo siempre te está dando un mensaje. Pero él no apareció y entonces ella se fue. Porque siempre odió que el universo se quedara mudo.

Pero el día que él caminaba por los cubículos dirigiéndose al suyo; sus ojos dijeron buenos días a los de ella, pero ella nunca sabría exactamente qué le estaría diciendo él. Ella respondió con la vista porque ya no merecía la pena protestar. Había empezado a comprender que había algo singular en esto de sólo hablarse con las miradas. Pero cuando ella se puso de pie en uno de esos intentos para verle mejor por encima del cubículo azul, él levantó un papel marcado en letras de tinta negra. Decía: "Hola". Y ella le regaló la primera sonrisa y luego se derritió sobre la silla.

Y llegó el final de la jornada en la agencia y ella estaba parada en la esquina, y él no cruzó la calle, y ella no quitó la mirada, y no pasaron dos autobuses, entonces él se acercó y por fin se escucharon hablar el uno al otro y ella dijo: ¿qué harás? y él dijo: debo ir a comprar algunas cosas, y ella dijo: tengo que ir a buscar algunas en mi casa para luego salir, si vienes luego podría acompañarte a lo tuyo, pero él dijo: No puedo. Y ella dijo: Entiendo. Él le dijo " por cierto mi nombre es..." y dijo su nombre y le dio la mano, ella recibió la mano y le dijo el suyo también. Y vinieron más días entre cubículos azules. Pero el lenguaje de las miradas había terminado. Ella y él no volvieron a jugar. Y ella entendió que al universo a veces le gusta hacernos perder el tiempo.

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