martes, junio 19, 2012

Segunda Carta

No hubo plan, ni conquista, ni gesto, ni sorpresa. No había nada, sólo el intento de ciudad esperándome. Tan geométrico y aburrido, tan caluroso y pestilente. No hubo rescate, reconquista o importancia, no hubo sonrisa salvadora o lágrima de perdón, no hubo delicia en la voz ni acto escondido entre los dedos. La verdad es que no hubo nada, nada más que una cáscara vacía, una piel dejada de los días que alguna vez viví. Los días donde no estabas tú.
Estaba la tarde tan rasgada, y los perros de ladridos estridentes, y los extraños sonriendo con el diablo adentro, y las voces de la salvación rota. Siempre que la gente habla de la tristeza fría y azul, me doy cuenta que aquí, en esta esquina del mundo, la tristeza es caliente y gris.
Me conocerán por mis hábitos, mientras mantengo siempre la lucha contra la melancolía de todas las horas, que se me engrapa siempre a los tobillos. No hubo encuentro, ni una santa impresión para aferrarse y olvidar, tampoco hubo lucha. Yo ya estuviera luchando, eso lo sé, yo ya estuviera aquí, con el gesto, y la sorpresa, y la salvación, y la tarde, y la piel viva, y las palabras, y el tacto oculto de los ojos ajenos, con la boca lista para besarte como si fuera la primera vez. Por eso quisiera que la culpa fuese mía, para saber qué hacer. Pero no hubo rato grato, ni palabras, ni bandera blanca. Al final de la tarde sólo estaban los retazos de piel, que me dejaste colgando. Qué peligrosas son estas despedidas que cuestionan tus sueños.
Sobre todas las tristezas de mi mundo no hubo resurrección
¿Ves cómo se ha vuelto la tarde? El mismo rato en que se declara la pena de muerte a mis esperanzas. Cruel, vacía y harta de llorar, una parte mía empieza a olvidarte. Y todo, porque tú no hiciste nada.

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