Y me saqué otro pedazo de astilla de luna falsa
que me clavó un día una lagartija de cocaína
y luego ocurrió, que por los agujeros heredados
hilos de aire me llevaron tranquilo
hacia los brazos mayúsculos
de un gigante de mármol
que apareció desnudo y que le crecen azucenas
que se esconden detrás de sus orejas
que se muestran cuando los ojos se vuelven polillas.
Terminaron los cuerpos satélites orbitando,
brillando en la oscuridad como una estrella nueva.
Porque a ningún miedo se le ocurre acercarse
a las historias que nacen
cuando aprendemos a decir la verdad.