Dormimos para ensayar la muerte.
Dormimos y somos tan libres, tan perdidos, que somos allá menos palpables a la culpa, y a lo que aquí negamos. Dormidos el mundo está adentro, porque te toca a ti ser el mundo. No hay entonces voz, doctrina o peso que evite mostrarnos tal como somos, cuando somos el sueño. Porque no hay ley, ni ojos ni padre del castigo que nos condene.
Dormimos para dejarnos, para asomar lo que no deja la piel.
Para ver al mar desbordarse de un volcán, y ver mariposas con cabeza de pájaro, y ver peces con cabezas de mujer, para volver a besar a los amores que no vuelven y no volverán; soñamos para darle a Dalí algo nuevo que pintar.
Dormimos para ensayar la muerte, y para ver allí a los que ya están muertos.
Dormimos entonces para ser lo que somos realmente, soñamos porque ahí no nos afecta el pecado, soñaremos hasta dejar de ensayar.
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