Ya no hay gatos en mi ventana, tenía nueve, se han ido todos. No hay juguetes en el suelo, sólo quedan hojas rotas y pelo, ya no difiero en que cassette de nintendo jugar, mi indecisión es que no sé a quien amar esta vez, me tiembla la confianza, esa es la verdad.
Ya no hay gatos en mi ventana, ya no colecciono las mismas cosas, ahora colecciono canciones que una vez me dedicaron o eso prefiero pensar. La fobia a la cocina y los exámenes desapareció, sólo queda ese miedo de no llegar a ser nadie y nunca huir de aquí. Mi lápiz ya no dibuja, mi cama es otra y mi paz también.
Mi sueño del anillo y el chico de rodillas aún es compulsivamente protagónico, sólo que el protagonista deja mucho que desear. Ya no hay gatos se fueron de allí, ya no como de noche porque algún idiota me dijo que estaba gordo pero mas idiota fui yo que dejé de comer.
No hay gatos porque se fugaron. Aún acostumbro a acostarme a oscuras en el suelo, en el mismo rincón con la misma rutina de jugar a pensar y me quedo absorto de los muchos muchos cambios. Es verdad los gatos se fueron y yo acabo de recordar que quién se fue primero fui yo, después de todo no hay nada más satisfactorio que seas el primero en notar que has cambiado.
PD:
El bolso está en el piso
Mis pies resultan lindos
Después de todo sí cocino
Y aún amo llorar a oscuras
Tu mensaje dice: te quiero
Pero yo no lo creo.
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