Las tres de la mañana es la hora en que mi cuerpo desnudo despierta, y la noche me dice "me morí" y el día me dice "aquí estoy abortado". A las tres de la mañana recuerdo los domingos de cine, los jueves como pacto, los viernes con besos y las posiciones para dormir. Recuerdo que yo mismo me lancé otra vez golpes. A esta hora las defensas se me caen, porque me encuentro recién nacido e incapaz de cubrirme de la guerra que te volviste. Las tres de la mañana es tu hora, con su frío en mis vertebras y con sus ruidos de anticristos de parranda. Desde hace dieciocho días me despierto a las tres de la mañana. Y es que a mis veintitrés, el insulto más cruel que sufrí, fue cuando llamaste ridiculez a mi dolor. Uno reconoce el final, cuando entiende que quien te dañó, no hará nada para remediarlo. Reconoces el final, cuando te das cuenta que no habrá gesto, para reparar el mal causado. Esta es tu hora y la poca paciencia grita lastimada que pase, por favor.
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