Al colgar el teléfono Marieta dejó claro que estaba preocupada por las emociones de su amiga. A él la llamada de alguna forma le cambió toda la expresión de la cara.
Sube las escaleras sin sujetarse de la baranda, todo por cierto asco a tocar cosas que considera de todos, cruza el pasillo oscuro y cierra la reja de los vecinos que siempre está atravesada en el camino, sin entender por qué ellos, no logran descifrar su mirada molesta, al tener que cerrar su reja cada que pasa por el pasillo. El olor a comida que sale de los apartamentos cercanos le invitan cosas que él no comerá, el pasillo siempre estuvo lleno de invitaciones irresponsables. Llegar a casa y prender la luz, el tiempo dio hasta para detallar sombras.
Al escuchar la puerta sonar ella se activó. La cocina está llena de hormigas, esas malditas hormigas un día me comerán viva, no soporto ya el trabajo, los educadores terminamos vueltos locos; él de momento se encontró esquivando palabras del pasillo hasta la cocina, se preguntó si ella diría todas esas cosas estando sola. Se agachó a recoger los zapatos y las palabras pasaron por encima casi para quitarle la cabeza. No hay agua, otra vez el endemoniado problema del agua, por eso es que salen tantas hormigas, habrá que comprar una bomba nueva, pero imaginate con lo que pasó con tu sueldo no será posible, aquí nada sirve.
Camina de la sala y entra a la cocina, ve los ojos de ella, ojos tempranamente irritados, precozmente rojos.
El dice: Llamó Marieta, que está preocupada por ti.
- Yo hablé con ella.
-Ella dice que estás muy mal.
-La gente de la calle a veces nota más lo que nos pasa.
-Es que la gente de la calle no nos conoce bien.
-¿Y eso qué?
- Que aquí uno es uno y afuera es otro para otros.
- Me terminaré enfermando.
- (Silencio)
Ella va a al fregador y abre el chorro, se echa el pelo para atrás, usa sus orejas como ganchos para situarlo detrás.
No puede uno estar tan casando, se permitió decir. Él se perdió por un momento, como quien no mira nada, pero una época se pasea en su mente; recordó los días tempranos, el misterio de ella, sintió que la distancia nos permite hacerle medio guión a las personas, cuando regresó era otra vez el monólogo de ella, su discurso ininterrumpido.
- Si estás cansada yo hago la cena.
-Nada, yo lo hago.
-Pero si te sientes mal...
-Ya lo estoy haciendo.
Y cuando el discurso hacía ruidos para arrancar como el motor viejo de una lancha, antes de empezar a disparar el peso de su desdicha; él volvió al pasillo, sin detallar sombras, sin pensar en la llamada preocupante de Marieta, con la plena certeza de que la reja de los vecinos estaría atravesada, y sabiendo que el pasillo estaba lleno de invitaciones irresponsables; se puso los zapatos y sin decir mucho salió. Ella quería público para su dolor, al parecer sólo así lo hacía real. Él sabía ahora, que el dolor que necesita ser mostrado es el de los teatros.
Entonces dijo para nadie antes de salir: Mierda de día. Luego se fue.
Ella marcó nuevamente el teléfono. Y así fue.
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