Entendí el sacrificio de mi madre y la soledad de mi padre cuando el cordón se soltó.
y aunque la madurez necesitó asomarse, quise con tantas ganas que sólo por hoy no viniera.
Porque la TV ya no daba Pushing daisies y los uniformes abandonaron la tela para servirse de las mentes. Fue cuando nadie preguntó si estaba listo. Pero la madurez no es un estado definitivo. Es algo que viene y va. Lo importante es saber abrir la puerta. Y los vidrios se rompieron y todos se echaron a reír; de ese modo la preocupación fue el grillete. La vez que el cordón se soltó entendí sobre la gente mentirosa. Las flores para los muertos y la ambivalencia de las promesas. Declaro la goma de los zapatos rotos como un adorno-lamento referente a mi proyección, porque cuando el cordón se soltó entendí que las risas del segundo grado no eran por mis grandes lentes, era porque ellos descubrieron mi diferencia. Quizá fue el cuento de la llama que empezaron a soplar, y ahora yo espero mi incendio. Pero no hay ataduras porque la humildad nunca me será indescifrable.
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