Luisangela de Colombia, una chica con nombre de hombre mezclado con mujer, chasqueaba los dedos tocando el ritmo. Niko de Argentina tocaba la guitarra como sólo vi a Hendrix en TV hacerlo. Ella sensual me saludó con un beso que casi cruzaba el borde entre los labios y la mejilla; un beso intimo que figuraba en un idioma raro dentro de las voces del cuerpo. Él, dulce, duende y loco. Luisangela y Niko cantaban en el malecón, el mar negro estaba molesto y entre la selva de personas, una voz fuerte. Ella. Y otra voz rebelde. Él.
Se alzaba un lamento boliviano entre sus voces y la guitarra. Luego la música se hacía ligera, él se preguntaba sobre qué estaría soñando Cerati, cuestionaba que las masas no calientan pero siempre queman y luego empezaban a cantar.
La resulta de una botella plástico de refresco picada a la mitad recibía escasamente monedas y billetes de bajo valor. Luego de 7 lamentos bolivianos y 8 músicas ligeras, Niko y Luisangela ya no sentían ganas de cantar, porque las personas quieren siempre escuchar lo mismo. Ella saludaba y despedía con un beso sensual de margen, mientras nos encontrábamos en el malecón; y él compartía su trago, que era también el pago por cantar.
El ser humano es animal de costumbres, a veces un animal bruto que sólo sabe ensuciar, que sólo escucha lo que quiere escuchar. Dos músicas ligeras podrían darle a Niko el desayuno y nada más, eso me dijo él. Ambos comentaron que las personas borrachas pagaban más por una canción que alguien sobrio. Yo les respondí que algunas personas son más bondadosas cuando están ajenos a ellos mismos. Luisangela me besó nuevamente de forma única y Niko me abrazó antes de volver a la playa, a tocar guitarra, a cantar para ellos, a negarse a consumir marihuana por que más le excita ser consumido por lo que hace. Y cuando el corazón les diga que se vayan, ellos se irán, al menos eso me dijeron.
Viajeros esto es para ustedes.
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